Así se llama la secuela de La sonata del guardián. La novela ya está acabada. Sin más preámbulos, el prólogo de El arte de crear. El arte de destruir.
Prólogo
El sonido de los pasos de Alexia resonaba en el túnel, esparciéndose hasta perderse en la profunda penumbra del corredor. La muchacha sostuvo la mirada fija en la ondeante túnica del maestro, que caminaba con decisión y con una confianza acuerda con su posición. La luz de los farolillos arrancaba destellos lumínicos de las rocas de la pared, que sobresalían del paredón como dedos muertos que quisieran agarrarla. El momento se acercaba, y una vez tomada la decisión, no habría marcha atrás.
Maestro y discípula ascendieron por una inclinada escalera que moría en una habitación gobernada por un altar de piedra. Al llegar al pie del mismo, el maestro hizo un ademán y cuatro acólitos, ataviados con túnicas de terciopelo de color granate, se situaron en torno a la pareja. La figura de uno de los ayudantes extendió la mano y entregó al maestro una sábana blanca. Con una filigrana respetuosa, se retiró hacia las sombras. El maestro colocó la pieza de tela sobre el suelo y le hizo una señal a Alexia para que se postrara frente al altar. La joven hincó una rodilla y bajó la cabeza. Sus cabellos rubios le ocultaron el rostro y su tez blanquecina quedó escondida en un manto de oscuridad.
─Y aquí yace el aprendiz ─recitó el maestro, abarcándola con la mano─ y aquí inicia su largo viaje por la senda de la inquisición. Ante mí te presentas, Alexia, y mis deseos debes a bien cumplir. Yo, director de la ceremonia de la inquisición, te bautizo y te inicio en el camino de la búsqueda.
El mentor se hizo con un viejo jarrón de barro, acoplado como estaba a un orificio en el centro de la reliquia. Inclinando la muñeca, vertió su contenido sobre la cabeza de Alexia. El agua cayó sobre la coronilla de la joven y se deslizó por sus pómulos. Su túnica pronto quedó empapada por entera. La muchacha tiritó al notar el frío líquido por su espalda.
─Recibe mi bendición, pues bien harás en aceptarla para llevar a cabo los cometidos que pronto se te asignarán.
─La acepto de buen grado ─acertó a decir la joven, con el corazón desbocado─, al igual que acepto mi destino y lo abrazo con gratitud. Yo, Alexia, juro que llevaré la palabra de mi maestro hasta los confines del mundo. Así pues su voluntad se ha de ver realizada con mano firme.
─Ahora, levántate, y forja la voluntad de aquellos que establecieron las leyes de la inquisición. El pacto se ha cumplido. La culminación de una nueva era está por llegar. Entramos, al fin, en la etapa de la entropía.
Alexia se incorporó lentamente y fijó sus oscuros ojos en los del maestro.
Dos horas más tarde, Alexia se dirigió a sus nuevos aposentos. Por el camino, se cruzó con un centenar de compañeros, discípulos y seguidores que pronto pasarían a ser su nueva familia. Al llegar a su habitación, puso la mano sobre el picaporte y abrió la puerta. Al otro lado la recibió una habitación sumida en la penumbra con un viejo candil de acero prendido sobre una columna rugosa. En medio de la estancia encontró una modesta cama y a un costado un armario destartalado de madera de pino. La humedad había deteriorado la madera, que parecía podrida y a punto de desmenuzarse. Alexia torció el semblante con disconformidad; su antigua habitación, allá en la escuela fulgure, no había sido un palacio precisamente, pero al menos no apestaba a moho, ni tampoco poseía la apariencia de una choza destartalada.
La muchacha avanzó unos metros y retiró a un costado las cortinas del ventanal. Giró el pomo y abrió la cristalera que daba paso a un gran balcón. Salvando el marco, salió al exterior y apoyó las manos sobre la barandilla. Desde el tercer piso alcanzó a desentrañar el horizonte oscuro. El panorama no inspiraba belleza, ni bienestar, ni nada remotamente parecido. Hacia el oeste, a unos doscientos kilómetros de su posición, un gigantesco volcán vomitaba ceniza, gases tóxicos y vapores oscuros cargados de humo. Aquel prodigio de la naturaleza llevaba activo más de dos siglos, por lo que ella sabía. Las consecuencias estaban presentas a la vista: el cielo de las islas estaba permanentemente en sombras, y una lluvia química caía constantemente sobre la yerma superficie. Escarpados y deformes riscos gobernaban el panorama hasta donde alcanzaba la vista. Al este, distinguió la costa marítima, mas el mar parecía albergar corrientes sanguinolentas al mezclarse el agua con los minerales expulsados en la erupción. Las olas carmesí rompían con fuerza sobre las rocas puntiagudas que parecían haber sido lamidas por el fuego.
A unos cien metros bajo ella, divisó la silueta de centenares de discípulos, ajetreados como estaban en sus quehaceres. La residencia era muy grande, y por el aspecto que presentaba parecía haberse construido cientos de años atrás. Alexia no había podido informarse debidamente, pero por lo que sabía se construyó fortuitamente mientras los conflictos en el mundo se desarrollaban en la gran guerra. Solamente unos pocos conocían de su existencia, y ahora ella era uno de ellos.
En aquel mismo momento, una tormenta eléctrica azotaba el cielo y ante el asombro de Alexia, una manada de endrons salvajes de plumaje negro rasgó el viento y ascendió sobre el fortín, ubicado en medio de la ciudad.
─Parece el fin del mundo.
─Para muchos, lo es ─dijo una voz tras ella.
Alexia se dio media vuelta y alcanzó a ver la silueta del maestro. Su benefactor portaba dos tazas de té entre las manos. Con una sonrisa en los labios, le ofreció una. Alexia también sonrió y acepto la taza de buen grado, sujetándola con ambas manos. El maestro se acercó a la barandilla y descansó una mano sobre la misma.
─¿Es de tu agrado la habitación?
─Te mentiría si te dijera que sí. Es algo lóbrega para mi gusto. ─La joven dio un pequeño sorbo y arrugó la nariz, pues el té le sabía a cenizas─. Maestro. ¿Por qué nos ocultamos en un territorio tan funesto? El mundo es grande. Podríamos hacer de cualquier lugar nuestro hogar.
─No en vano nos vimos obligados a errar por esta tierra estéril. Hemos esperado largo tiempo para regresar al mundo. Mas, pronto reivindicaremos nuestra posición como herederos. La inquisición nos brinda esa oportunidad. Tú, mi aprendiz, eres la clave, la espada que he de utilizar para erradicar las obstaculizaciones. Ciertamente, debes ser sutil. Poco importa que la habitación no sea de tu agrado, pues permanecerás poco tiempo aquí. Para ti, esto no ha hecho más que comenzar.
─Me halaga que me tengas en tan alta estima, maestro. Las esperanzas puestas en mí darán su fruto, lo prometo. Desempeñaré mi papel o moriré en el intento.
El maestro esbozó una sonrisa y la miró con aquellos ojos verdes suyos.
─La muerte no está a tu alcance. No es algo a lo que debas temer.
─Pues, maestro, ¿a qué debo temer entonces?
─A los cambios. El universo de los guardianes tal y como lo conocemos ha de cambiar, y debes adaptarte. De lo contrario, puedes quedar atrapada entre dos mundos y no pertenecer a ninguno. La llama que albergas en tu interior podría consumirte.
─No comprendo tus palabras, maestro ─admitió Alexia.
─Es pronto, y el camino debes descubrirlo por ti misma. Por eso existe la inquisición. Déjame, pues, advertirte que los demás inquisidores son tus legítimos antagonistas, los únicos capaces de entorpecerte. Y hasta aquí puedo prevenirte. Las leyes de la inquisición me impiden hablar de ello. Es por eso que debes buscar los archivos arcaicos. Mientras tanto, yo intentaré hacerme con los gobiernos de los reinos.
─Me atendré a tus palabras, maestro.
─Esto no ha hecho más que comenzar. Nuestro regreso está cerca.
Las nubes carmesí se vieron arrastradas por un viento colmado de ceniza y azufre. Un rayo descendió desde el cielo y el trueno que le precedió hizo temblar la fortaleza de los Baqata. El mundo, ajeno a los acontecimientos, se preparaba para los inminentes cambios. La cuenta atrás había terminado.